Por: Frida Zapien
Durante años, muchas niñas crecieron sin saber que podían ser parte del deporte. No porque no quisieran, sino porque no veían a otras mujeres haciéndolo. En la televisión, en los periódicos, en las historias que se contaban, casi todo era sobre hombres. Y aunque soñaban con correr, saltar, competir, ser periodistas pocas veces encontraban un espejo donde verse reflejadas.
Eso ha empezado a cambiar. Ahora, las niñas ya tienen referentes. Tienen nombres, rostros, historias. Pueden seguir a una clavadista, emocionarse con una portera, aprender de una corredora. Ven mujeres que entrenan, que viajan, que ganan, pero también que pierden, que se levantan, que insisten. Mujeres que están ahí, y que al estar, les muestran que ese camino también puede ser suyo.
Esa visibilidad hace una diferencia. Porque no se trata solo de inspiración. Se trata de posibilidades. De saber que no están solas, de entender que hay lugar para ellas en la cancha, en la pista, en el podio. Que pueden soñar con estar ahí, pero también trabajar para lograrlo.
A veces basta con ver una imagen, escuchar un relato o ver un partido para que algo despierte. Para que una niña diga “yo también quiero”. Y eso, aunque parezca pequeño, lo cambia todo.
Por eso es tan importante que las historias de las deportistas sigan apareciendo, que ocupen más espacios, que no pasen desapercibidas. Porque cada vez que una niña ve a una mujer en el deporte, se abre una posibilidad nueva. Y con cada referente que se visibiliza, nace también una nueva oportunidad para que otra niña crea en sí misma.
Hoy, muchas niñas ya no sueñan con ser como alguien lejano. Sueñan con ser como alguien que ya está ahí. Y eso es un comienzo poderoso. Este Día de la Niñez, más que juguetes o dulces, muchas niñas necesitan algo simple: verse reflejadas. Porque cuando hay referentes, hay esperanza. Y eso también se celebra el 30 de Abril.